Un gesto
delata a Wendell. No puede evitar sacar las llaves de la casa mucho antes de
llegar a la puerta. Su primera mañana en Nueva York escondió el celular en su
ropa interior. Yonatan lo abrazó y le dijo: Quédate tranquilo que aquí nadie
nos va a meter un quieto.
En su mente
aún sonaban las amenazas, dichas a través del hilo telefónico: ¿De qué quieres
la urna, de latón o de caoba?”. Aún dolían los golpes de aquella noche de
febrero cuando a Yonatan le cayeron a “peinillazos” y le advirtieron: Si sigues
jodiendo vamos a ir a por lo que más quieres, por la mariquita esa que vive
contigo.
El lunes 25
de abril de 2016 Wendell y Yonatan llegaron Nueva York procedentes de Caracas.
Esa noche durmieron en un hostal en el barrio de Chelsea en Manhattan.
Conciliaron el sueño más tranquilo que de costumbre, aunque apenas llevaban
dinero para sobrevivir unos días. El martes 26 salieron a dar una vuelta de
reconocimiento. Miraban los anaqueles del supermercado y bromeaban sobre los
productos alimenticios que tenían tiempo sin ver. Intentaban pensar qué hacer
con sus vidas.
Ambos han
dedicado buena parte de sus años a la causa de los derechos de la población
LGBTI en Venezuela. A través de la ONG Venezuela Diversa se enfocaban en los
temas relacionados con actos de violencia sufridos por miembros de esta
comunidad, discriminación, abuso policial y violaciones a los derechos de las
personas trans, que se desempeñan como trabajadoras sexuales.
“Si nos
quedábamos en Venezuela, nos mataban”, afirman con una voz sin pesares, aunque
la mirada de Yonatan brilla como si tuviera mil cosas más qué decir.
Recibieron
varios avisos
En julio de
2014, un par de hombres vestidos de civil y con armas -a quienes Yonatan
identificó como oficiales- los interceptaron en La Candelaria, cuando iban a
visitar a un familiar de Wendell. Les arrebataron los teléfonos y se
despidieron con el siguiente mensaje: Si los vemos hablando con los maricos en
la Libertador, los vamos a matar. Denunciaron el hecho ante la Unidad de
Atención a la Víctima, en el Ministerio Público y nunca recibieron respuesta.
En marzo de
2015 al regresar a Venezuela, luego de un viaje que hicieron a Estados Unidos
(para denunciar ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos los ataques
de los que habían sido víctimas y la situación de las personas con VIH), fueron
recibidos con una inspección exagerada, los funcionarios los llevaron a un
cuarto para interrogarlos y al salir rumbo a Caracas, fueron seguidos por unos
individuos desde el aeropuerto de Maiquetía. Una vez más denunciaron y la causa
fue desestimada.
Las llamadas
a sus teléfonos se repetían. Desde el otro lado una voz les preguntaba: De qué
quieres la urna…
La
advertencia final los hizo decidirse. A finales de febrero de 2016, Yonatan iba
para su apartamento, ubicado en la avenida San Martín. Era casi de madrugada.
Él regresaba de hacer un recorrido para distribuir preservativos en la avenida
Libertador. Dos funcionarios de la Guardia Nacional lo sometieron. Le dieron
peinillazos y lo amenazaron: Si sigues sapeando, vamos a ir por la mariquita
que vive contigo.
“Ya sabían
dónde vivíamos, estábamos como quien dice ‘ubicadísimos’; era un riesgo, si no
nos paraba la policía, las bandas lideradas por La Tatiana y La Maracucha lo
harían. Logramos recibir el apoyo de varios colegas defensores de DDHH que nos
brindaron apoyo para comprar pasajes y poder conseguir algo de dinero para
vivir estos meses”.
Así, esta
pareja de homosexuales se ha ubicado temporalmente en Nueva York. Intentan
adaptarse a un entorno que los ha acogido bien, pero aún no manejan el idioma.
Sin embargo, la vocación sale a flote.
“Estar en una
situación un poco ambigua. porque no puedes trabajar o desenvolverte como lo
puedes hacer en tu país, se convierte en un enorme desafío, pero realmente lo
que me preocupa es ver como jóvenes venezolanos con VIH se están viniendo a
EEUU para poder buscar una mejor calidad de vida, donde no se les persiga por
el hecho de ser gay, y para poder acceder a los medicamentos para el VIH Sida, porque en Venezuela eso no lo tenemos”, dice Yonatan.
Un
problema mayor
La primera
vez que los vi fue el 4 de mayo de 2016, en la Iglesia La Guadalupe. Asistieron
a la reunión semanal de Diálogo por Amor a Venezuela, grupo que coordinan
Robert González y Samuel Moret, y que busca integrar a los venezolanos que cada
vez en mayor medida llegan a Nueva York.
Para aquel
momento no tenían un lugar propio donde dormir, aunque una mano amiga les lanzó
un “bote salvavidas”.
La segunda
vez que hablamos, estaban buscando cómo regularizar su situación con una
estadía temporal.
La penúltima
vez que los veo en Nueva York ya son voluntarios en la oficina del Orgullo
Latino, que atiende a la población LGBTI. Viven en un refugio de la ciudad. Se
alimentan gracias a un programa público y pese a no estar del todo felices, no
se dan tiempo para la queja.
Criado en la población de Carayaca, Yonatan Matheus, de 35 años fue religioso carmelita. Estudió Filosofía en la Universidad Católica Andrés Bello y Trabajo Social en el Colegio Universitario de Caracas, (CUC) del cual egresó en 2015.
“Mis
vivencias como carmelita me hicieron comprometerse con valores sociales, sobre
todo dar un aporte para transformar situaciones. Luego de salir de esta
institución, me dediqué a trabajar con personas portadoras de VIH en una
organización que se llama Ases de Venezuela. Como promotor de salud, empecé a
tener muy de cerca la situación que vivían los hombres gays y las personas
trans, especialmente la discriminación”.
“Hace
aproximadamente cinco años, fundamos con otros compañeros Venezuela Diversa,
para defender los derechos humanos de las personas LGBTI en Venezuela.
Trabajamos con población de mujeres trans en la avenida Libertador en la
prevención del VIH, el tema de la violencia policial y exclusión. Estando con
esa comunidad, empezamos a visibilizar los crímenes de odio, las prácticas de
extorsión por parte de funcionarios policiales y otras personas trans”.
Las denuncias
de Yonatan a través de Venezuela Diversa lo colocaron en una situación
complicada. Por una parte, los delincuentes organizados, en connivencia con
efectivos de los cuerpos de seguridad del Estado, y por el lado algunos grupos
LGBTI afines al Gobierno los catalogaban de apátridas por revelar la situación
internacionalmente.
“Solo por
haber declarado en un medio de comunicación que una persona había sido muerta
luego de recibir 37 puñaladas o a balazos. Decir esto nos generó persecución y
pocos amigos”.
El caso de
Wendell Oviedo es parecido. Tiene 24 años. Es oriundo de Boconó, estado
Trujillo. Comenzó a estudiar Geografía en la UCV (cursó siete semestres) y
paralelamente Trabajo Social, en el CUC, de donde egresó en 2015. Allí se
encontraría nuevamente con Yonatan, con quien se había topado varios años
antes.
Fue en 2009 cuando
funcionarios de la PNB lo detuvieron por ser gay. En aquella ocasión conoció a
Yonatan, quien por intentar evitar la acción policial también fue detenido.
Cuando la policía se dio cuenta que Yonatan era un activista, lo sacaron de la
patrulla, por “sapo”.
“Nos decían:
Maricones, ustedes tienen que llevar palo para que dejen de ser maricos. Me
metían un rolo por la boca y me decían: tienes que dejar de ser marico” cuenta
Wendell.
“Una de las
cosas por la que yo me sentía bien en Caracas es porque salí de mi pueblo,
donde hay más etiquetas. Allí hay más personas trans y son señaladas. Desde
pequeño, yo veía como se burlaban de ellas. Nunca me identifiqué con un género
distinto al mío, pero me preguntaba cómo se sentirán ellas… Eso hiere”.
Pese a los
ataques por su orientación sexual, Wendell se dedicó a trabajar en Derechos
Humanos. “Quería hacer algo, ayudar con mi voz a que esas cosas no pasen”.
Barreras
y retos
Yonatan y
Wendell han empezado a estudiar inglés. Luego de dos semanas hospedados en casa
de un paisano, fueron acogidos en un refugio de la ciudad.
Allí conviven
con personas con VIH, sin techo, personas recién salidas de la cárcel. Cuando
toca este tema, Yonatan se muerde la lengua. No quiere hablar mucho al
respecto.
“Estando acá
pude valorar todas las cosas que tenía en Venezuela, pero al menos aquí tengo
la certeza de que no me van a matar, que no me iban a estar persiguiendo por
expresar mis ideas, por levantar mi voz en contra de un Gobierno que se aleja
del mandato de la Constitución” dice.
Por su parte,
Wendell habla de lo necesario de estar acompañado. “No es lo mismo estar solo,
las reacciones cada vez que nos encontramos con un compañero que es de
Venezuela es de mucha alegría. Es muy grato poder decir “cambur y no banana”.
Ahora camina
tranquilo. “Ya no ando pendiente de que me van a atracar”. Pero siempre saca
las llaves mucho antes de llegar a donde vive. Es un hábito desarrollado en
Caracas por la alta tasa de delincuencia.
Yonatan
recuerda los consejos de su madre, que conocedora de su orientación sexual le
decía siempre: “Cuídate hijo, no te vayan a matar”.
“Ser gay y
trans en Venezuela puede significar sufrir por vivir con VIH Sida o que te
maten” afirma.
Mientras
esperan para saber qué harán con sus vidas, ambos intentan mantenerse
optimistas y ocupados.
“Queremos
servir de apoyo a los compañeros venezolanos que están llegando. Queremos poder
ir articulando el fortalecimiento de algún grupo de venezolanos LGBTI migrantes
y ayudar a otros compañeros que no tienen la posibilidad de venirse. Y seguir
aportando porque en Venezuela hay mucho por hacer”.
*Texto de Luz
Maly Reyes periodista, directora y cofundadora del medio digital Efecto
Cocuyo.
Publicado en 01 agosto 2016
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