(Caracas, 1 de diciembre.). Este domingo, Ciudad Caracas, en su edición digital, publicó un artículo sobre la homofobia venezolana, en este caso, al nivel de autoridades. En el escrito, se relata el caso de un joven que iba a visitar a su hermano a un centro penitenciario que se encontró con un GNB que le pidió hablar “como un hombre”.
A continuación el artículo completo:
"¿Y ese peinadito y esos chorcitos?”, pregunta el Guardia Nacional haciendo uso de la autoridad moral. Juez que determina lo correctamente masculino y las desviaciones que se distancian de ello. El chico responde con voz temerosa: “Vengo a ver a mi hermano”. “Habla como un hombre, no joda”, sentenció la autoridad, seguido del típico “¡Ayyy vaaale”. Expresión que derrumba las bases de una masculinidad prefabricada.
Se escucharon risas cómplices —inclusive la mía. Se hace eco la homofobia criolla, y peligrosamente simpática, en aquella cola, bajo una pepa ’e sol. Le hacíamos el coro al paco. Había que ser complaciente con sus “chistecitos”, con su ojo evaluador, que marca quien sí debe estar en la cola de los “hombres” para entrar al recinto penitenciario y quien no. Aquel chamito con exceso de gelatina en su cabello, cresta cuidadosamente peinada, cejas delineadas, con pantalones cortos, no pasó la prueba de la masculinidad hegemónica que demandaba la autoridad. Fue sentado en el banquillo de los acusados. El chico sacó un billete de 100 lucas y eso flexibilizó los mecanismos absurdos de control del cuerpo, de la estética, y del habla que usaba el militar. “Dale que no te he visto”.
Ninguno de los que estábamos en la cola queríamos someternos a ese examen. Bajo mis zapatos un par de medias disparejas. Una fucsia y otra con corazones. Ligando que ni se les ocurriera mandarme a quitar los zapatos porque, para el mundo binario del guardia, tener “medias de niña” era una soberana disidencia de género. Ya había asumido, al igual que todos, la “performatividad del macho” y del rudo, para pasar y estar doblemente preso: sin libertad y preso del masculinismo. Las grietas del “privilegio heterosexual” se hacían notar y se transformaban en una condena que “te salva la vida”. No es una opción, es un mandato violar esa camisa de fuerza que lleva implícita: cómo pararte, cómo hablar, exhibir heridas de guerra como medallas de honor, cuándo y dónde llorar tiene un precio alto.
Aquellas manzanas de adán que suben y bajan. Mostrar debilidad no está permitido. Y todos los que estábamos en esa cola, estábamos cagaos porque había “una luz” en el penal. Autocontrol, rigidez y firmeza al caminar, así funciona la cosa. No es la primera vez que estaba allí, ni será la última. Para ellos “era un día como cualquier otro”. Con la respectiva rutina que incluyen miradas desafiantes por encima del hombro, cara ’e cañón a como dé lugar, “gariteo” y lágrimas en el “bugui”, eso sí, cuando nadie te vea.
Todavía me pregunto ¿qué es hablar como un hombre?"
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